De Samos a Portomarín (30-04-07)

Nos suena el despertador a las 6:30

Pero antes nos había despertado la lluvia. Nos surgen las dudas sobre si arrancar o no con el camino a Portomarín.

Las heridas y la lluvia no se iban a llevar bien y el primer pueblo (Sarria) lo ibamos a encontrar a 11 kilometros.

Desechamos la opción de ir por camino de tierra a encontrar el camino del Norte (San Xil) para ganar en seguridad y fuimos por la carretera.

Antes desayunamos en el restaurante A Veiga (ver foto del Jorobado con el colacao) y emprendimos el camino a las 7:45.

El camino se hizo aburrido, aunque llevadero, y llegamos a Sarria justo cuando la lluvia se hizo más intensa y los estómagos comenzaban a pedir repostaje.

Almorzamos en un restaurante en pleno camino y volvimos a él en plena lluvia y en busca de una farmacia donde encontrar algo para sanar las heridas que ya teníamos por todas partes. Lo que en principio iba a ser un antiinflamatorio para el tendón de Joans, acabó siendo un antiirritante para los hombros de Dori y una pomada antinflamatoria para todos.


Nos dirigimos al Ayuntamiento de Sarria, único lugar donde podíamos sellar nuestras credenciales. Dejé el bastón a la entrada y ya de vuelta al camino, recorrido casi un kilómetro, caigo en la cuenta cuanto tengo que hacer uso de él, en plena bajada, de que me he dejado el bastón.
Vuelta atrás. El kilómetro se hizo asqueroso y de vuelta hicimos el camino tras un par de catalanas que habíamos conocido un par de etapas antes.

Dori pareció recobrar fuerzas y aprovechamos el rebufo (catalán) para llegar a Ferreiros. Ni lluvia, ni viento, ni frio mermaron las fuerzas (de Dori). Aún así, el camino se hizo interminable y al llegar a Ferreiros, el cansancio acumulado se convirtió en pájara y la lluvia nos decidió a anticipar la comida a las 2 y media de la tarde. Allí encontramos un caserón donde nos dieron de comer.

Menú de 7 euros u 8 euros.

Aquí nos tienes a nosotros con que queríamos mitad de cada uno y la señora de Celerio (era Casa Celerio) no dejó de advertírnoslo.

" - A ver... es que la cocacola no entra en el menú"
" - Bien.. no se preocupe... Póngala. Y una naranja"
" - Bueno... es que la naranja no entra en el menú"
" - Bien... no se preocupe... Y un café"
" - Bueno... pero primero la cuenta"

(Como si fuesemos a echar a correr)

En un arranque descontrolado de dispendio, la señora preguntó cuántos cafés queríamos sin echar la cuenta de los menús.

A través de una pequeña ventana, vimos que la lluvia iba y venía sin descanso, así que con los estomagos llenos, nos pusimos el chubasquero (que acabamos quitandonos y poniendonos seis o siete veces) para protegernos de una lluvia intermitente que dejó caér pedrisco en un tramo del camino a Portomarín.

" - Solo nos falta un tsunami despues del sol, viento, frio y lluvia padecido hasta ahora"

Como un par de horas más tarde, superando la última colina, vemos el Miño y a la ladera contraria Portomarín.
Ya lo teníamos ahí. Y sin embargo aún nos quedaban cuatro largos kilómetros de camino que serpenteaba y serpenteaba hasta parecer hecho para burla del caminante. Dori, a esta altura, ya se había calzado una zapatilla de cada manera y una de ellas a modo de chancla. Nada era suficiente para aliviar el dolor que provocaba la larga y constante bajada en los dedos de los pies.

Pero seguir el camino era la única manera de llegar a la orilla del Miño.

Al alcanzarlo, la muerte: hay que cruzarlo y para esto un puente de doscientos metros reta a Joans, que encoje la cabeza hasta el estómago y tapándose los laterales con la capucha, lo cruza de un tirón y en silencio por el medio de la calzada que utilizan los coches.

Al llegar, foto de la gesta y a buscar la Pensión Arenas, en la plaza de la Iglesia.

Una vez en la habitación, descargamos equipaje y nuestros cuerpos sobre las camas y, despues de refrescarnos, ducharnos y descansar, dimos un rodeo por el pueblo antes de reencontrarnos con "el gallego" y "el de albacete" que nos habíamos encontrado varias veces a lo largo del camino.

Tomamos algo juntos y nos comentaron que el Albergue municipal, donde ellos estaban, estaba bastante bien, aunque estaba lleno y las camas estaban practicamente pegadas unas a otras.

(Menos mal que optamos por la pensión).

Nos despedimos y buscamos algo caliente para cenar antes de caer, sobre las 11, en nuestras camas.



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