De Lavacolla a Santiago de Compostela (04-05-07)

Hoy es nuestra última etapa y nuestro último madrugón.

Aunque los escasos diez kilómetros que nos restan nos permiten arrancar con algo más de calma.

En el desayuno coincidimos con el resto de huéspedes, unos quince, todos ellos peregrinos.

A la salida del hostal, vemos a Fido Dido desayunando con sus acompañantes en un restaurante muy próximo. Ellos tambien se percatan. y arrancamos nuestro camino subiendo las escalinatas que nos llevan a la iglesia parroquial de Lavacolla (1840).

Lavacolla toma su nombre de un modesto arroyo que atravesamos y que la guía calixtina interpretó como Lava Colea, exigiendo un lavado ritual de las partes bajas antes de encontrarse con el apóstol, en una época en la que la higiene personal brillaba por su ausencia, y contra la que modestamente luchaba el botafumeiro que oscilaba en el crucero de la catedral al recibir a los peregrinos.

Una vez cruzado el arroyo de Lavacolla, encaramos la última y prolongada subida que arranca dura y se suaviza poco a poco para llevarnos en un largo y tedioso camino hasta San Marcos, último pueblo antes de llegar al Monte O Gozo, bajo el que encontramos la agradable ermita de San Marcos.
Despues de la obligada fotografía frente al monumento del Monte o Gozo, obra de Acuña que representa dos romeros en bronce, seguimos para completar nuestros últimos cinco kilómetros atravesando el Río Sar y el Ponte San Lázaro, que nos llevará al monumento de la Puerta Itineris St.Jacobi, a las puertas de San Lázaro, antiguamente en los arrabales de Santiago y hoy engullida por la ciudad, en un camino que parece interminable.

Comenzamos a buscar las agujas de la catedral y, poco despues de pasar junto a la capilla de San Lázaro, aparecen sus siluetas, que guian nuestros pasos para alcanzarlas a las 10 y media por la Plaza de la Inmaculada, puerta este de la catedral.

Seguimos un poco más, para buscar la fachada principal, y el tunel que atraviesa el Paxo de Xelmírez nos vomita entre las notas de una gaita en la Plaza del Obradoiro, que nos vemos obligados a cruzar para tener una visión completa de la gigantesca fachada de la catedral.

Foto obligada y a buscar la Compostela y dejar los equipajes en la pensión antes de la Misa del Peregrino.

En la Oficina del Peregrino, al principio de la Rua do Vilar, esperamos nuestro turno. Delante de nosotros... ¡Fido Dido! (¡pero si nos lo dejamos desayunando en Lavacolla!) Ahora entendemos lo de 'Vamos a contar mentiras'.

Con la Compostela en nuestras manos, entramos en la pensión que estaba a escasos metros de donde estábamos. Allí nos esperaba la que hace dos años me pareció una maravillosa habitación y que, esta vez, sin los albergues previos de entonces, derrumbó su cutredad a nuestros pies. Solo se salvaba la ubicación y la amplitud de la habitación, pero todo lo demás era tétrico.

Allí nos esperaba su hostalera, Maria, que se presentó acompañada de un bebé de un par de meses. Como hacía un par de años, aparecía Maria agobiada, entonces por el trabajo y ahora por la atención al bebé.

Despues de aguantar los chistes de Dori y Joans sobre la paternidad del bebé, que parecía atribuirme María al presentarse con él en brazos, salimos a almorzar una hora antes de la Misa en la Catedral.

Poco antes de las doce entramos por la Porta das Praterias y en el paseo por su interior nos encontramos con las catalanas y con Alfonso, el de Albacete. Y con Fido Dido y sus amigas, y con muchos otros peregrinos con los que no llegamos a entablar conversación pero que advertimos a lo largo de nuestro camino. Aún tuvimos tiempo de visitar la cripta del apóstol Santiago, donde rezamos unas oraciones, y de seguir el rito del abrazo al apóstol.

Tras la Misa, salimos a la Plaza del Obradoiro, y dimos un rodeo por el casco antiguo de Santiago antes de comer, aprovechando para hacer unas compras.

Despues de comer, ducha, una siestecilla y de nuevo vuelta vespertina. Completamos las compras y cenamos, y de paseo antes de volver a la Pensión para pasar nuestra última noche, pudimos disfrutar de las notas de la Tuna Compostelana en los soportales del Ayuntamiento, en la Plaza del Obradoiro.

El dia siguiente fue más relajado, si cabe, y sirvió para despedirnos de las calles de Santiago y de los peregrinos que llegaron, entre los que se encontraban unos cuantos conocidos (el italiano y el de Badajoz, residentes en Madrid, de los que nos despedimos). Tomamos con algunos de ellos una copa en la Praza da Quintana, a las espaldas de la catedral, antes de despedirnos y comer un magnífico arroz a la marinera antes de nuestra vuelta a Valencia.

Y de esta forma acabó nuestro Camino, duro mientras lo recorrimos y añorable una vez hecho.

Seguro que lo recordaremos con una sonrisa y un deseo contenido de revivir la sensación de imprevisión y libertad que disfrutamos.

El Camino, siempre distinto, nos esperará.