De O Cebreiro a Samos (29-04-07)

Nos levantamos a las 6:30 y recompusimos nuestras mochilas antes de bajar a desayunar en el restaurante de enfrente.

A las ocho menos cuarto, estabamos dejando O Cebreiro. Y lo que imaginabamos una bajada, comenzó siendo una subida hasta el Alto de San Roque. Podíamos haber cogido la carretera (de hecho, yo lo hice en mi anterior viaje), pero no recordé que era un camino alternativo a la subida inicial que cogimos y que desconocía.

Así que, de buena mañana, calladitos y resoplando.

Dori comenzó con el que "vaya guía...", que si no decía que "ya no subíamos más..."... y encima, a la llegada a la carretera nos encontramos con un peregrino italiano que habíamos dejado en el restaurante comenzando a desayunar.

Bueno...

Seguimos hasta el Alto de San Roque donde nos hicimos unas fotos y despues hasta el Alto de Poio, verdadera cumbre a partir de la que comenzó nuestra bajada hacia Triacastela, pueblo base en nuestro camino a Samos, destino definitivo para el dia de hoy.

La fuerte subida al Alto de Poio y la fuerte y larga bajada a Triacastela acabó por deshacer los pies de Dori, el tendón de Joans y mi rodilla.

Pero antes pudimos reponer fuerzas en nuestro camino de bajada en Casa Xato, donde la dueña nos atendió y nos atiborró de jamón, tortilla "de huevos ecológicos" y pan del que se hornea una vez por semana.

Aprovechamos, como siempre, para refrescar los pies, cambiarnos calcetines y camisetas y sacar los chubasqueros, pues el viento, el frio y la lluvia nos acompañaron el resto del camino a Samos.

Cuando llegamos a Triacastela, los pies estaban tan castigados y las fuerzas tan mermadas que no pudimos disfrutar del que, con creces, creo que es el tramo más bello del camino: el que separa Triacastela de Samos.

Cruzamos el rio Oribio varias veces, que nos acompañó por nuestro camino por las laderas vestidas de frondosa vegetación, a través de la que veíamos las riberas que regaba, de un verde intenso. El camino serpenteaba de un lado a otro a través de viejos puentes de piedra, cruzaba aldeas y subía y bajaba... subía y bajaba.. subía y bajaba hasta hacernos ciegos ante tanta belleza.

Fue una lástima que llegaramos a este paraíso tan cansados y entre lluvia.

El cansancio hizo que contaramos uno a uno los metros que restaban hasta Samos.

Pero por fin, silenciosos, llegamos a Samos, donde nos esperaba Licerio, el dueño de la casa rural en la que alquilamos habitación (36€), con unas cocacolas y cervezas para reponernos antes de la merecida ducha.


Serían las 5 de la tarde, y los restaurantes ya no atendían más comidas. Así que aprovechamos para ordenar un poco el campo de batalla en el que habíamos convertido la habitación y descansar antes de salir a dar una vuelta (breve) por Samos y cenar en el restaurante A Veiga.

La visita a Samos fue ligera y relajada, y visitamos la iglesia y el Albergue, famoso por su cutrez. Dori y Joans se venían abajo solo de verlo. Seis duchas para más de sesenta posibles peregrinos (el albergue no se había llenado), y un par de pilas para lavarse y lavar la ropa. Sin sitio donde secarla. En fin... de lo más cutre. Pero no es de la Xunta y es atendida por los propios monjes, por lo que, siendo privada, era justificadamente pobre.

No era posible ver el claustro y el monasterio por dentro, como no lo era en mi anterior viaje (¿?), así que le dimos la vuelta por detras, bordeando el rio Sarria, y nos encaramos al restaurante donde la cena fue mal atendida pero abundante, sabrosa y económica (veníamos previa visita de presentación de Licerio). Aprovechamos para ver el partido del plus y volvimos a la cama hacia las 12 de la noche.

Caímos rendidos.

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